domingo, 23 de marzo de 2014

El caso Joshua Bell


Un hombre se sentó en una estación del metro en Washington y comenzó a tocar el violín, en una fría mañana de enero.
Durante los siguientes 45 minutos, interpretó seis obras de Bach.
Durante el mismo tiempo, se calcula que pasaron por esa estación algo más de mil personas, casi todas camino a sus trabajos.
Transcurrieron tres minutos hasta que alguien se detuvo ante el músico.
Un hombre de mediana edad alteró por un segundo su paso y advirtió que había una persona tocando música.
Un minuto más tarde, el violinista recibió su primera donación: una mujer arrojó un dólar en la lata y continuó su marcha.
Algunos minutos más tarde, alguien se apoyó contra la pared a escuchar, pero enseguida miró su reloj y retomó su camino
Quien más atención prestó fue un niño de 3 años.
Su madre tiraba del brazo, apurada, pero el niño se plantó ante el músico.
Cuando su madre logró arrancarlo del lugar, el niño continuó volteando su cabeza para mirar al artista. Esto se repitió con otros niños.
Todos los padres, sin excepción, los forzaron a seguir la marcha.
En los tres cuartos de hora que el músico tocó, sólo siete personas se detuvieron y otras veinte dieron dinero, sin interrumpir su camino.
El violinista recaudó 32 dólares.
Cuando terminó de tocar y se hizo silencio, nadie pareció advertirlo.
No hubo aplausos, ni reconocimientos.
Nadie lo sabía, pero ese violinista era Joshua Bell, uno de los mejores músicos del mundo, tocando las obras más complejas que se escribieron alguna vez, en un violín tasado en 3.5 millones de dólares.
Dos días antes de su actuación en el metro, Bell colmó un teatro en Boston, con localidades que promediaban los 100 dólares.
Esta es una historia real.
La actuación de Joshua Bell de incógnito en el metro fue organizada por el diario The Washington Post como parte de un experimento social sobre la percepción, el gusto y las prioridades de las personas. La consigna era: en un ambiente banal y a una hora inconveniente,
¿percibimos la belleza?
¿Nos detenemos a apreciarla?
¿Reconocemos el talento en un contexto inesperado
Tan sólo una mujer le reconoció. Stacy Fukuyama, que trabaja en el Departamento de Comercio, llegó casi al final de su actuación.
No lo dudó ni un segundo: el que tocaba el violín no era ningún artista callejero.
Le había visto hacía tres semanas en un concierto en la Biblioteca del Congreso.
Y se quedó mirando, atónita, hasta que la última nota salió del Stradivarius.
Ha sido lo más impactante que he visto en Washington", reconoce. "Joshua Bell estaba allí tocando en hora punta, y la gente no se paraba, ni siquiera miraba.
¡Algunos incluso le echaban monedas!
¡Cuartos de dólar!
Yo eso no se lo haría a nadie".
Lo que más extrañó a Bell, sin embargo, fue que al final de cada pieza no pasaba "nada". Nada.
Ni un bravo, ni un aplauso.
Sólo silencio
En total, Bell almacenó en la funda de su Stradivarius 32 dólares y algo de calderilla.
"No está mal", bromea, "casi 40 dólares la hora... podría vivir de esto.
Y no tendría que pagarle a mi agente".
Una de las conclusiones de esta experiencia, podría ser la siguiente:
Si no tenemos un instante para detenernos a escuchar a uno de los mejores músicos interpretar la mejor música escrita,
¿qué otras cosas nos estaremos perdiendo?


11 comentarios:

marian dijo...

Fantástico que hayas traído esta historia, yo ya la conocía; también a Joshua Bell, es un virtuoso del violín, pero de los calientes (hay virtuosos fríos, como ya sabemos).
Los pelos como...

marian dijo...

Un vez, en los soportales de la calle Portales me sucedió con un violinista.
Estaban: el violinista y un contrabajo. Y me senté al lado en un banco de los de allí, por lo menos media hora (y aplaudía, eh). Por el aspecto eran de la Europa del Este, yo alucinaba que estuviera tocando en la calle.

marian dijo...

Ah, y antes de marcharme les felicité y les di las gracias por el concierto.

Sirgatopardo dijo...

Por aquí también pululan músicos clásicos del Este. Montan hasta cuartetos de cuerda.

marian dijo...

Esto sería en el 2006 (cuando las vacas obesas:)

Sirgatopardo dijo...

Siguen aún, aunque no entiendo bien la razón.

Juan Nadie dijo...

El niño de 3 años sí que sabía.

Sirgatopardo dijo...

Es que los niños aún conservan la curiosidad.

carlos perrotti dijo...

No hay que perder esa capacidad de manifestar esa niñez de vez en cuando. Así no te perdés tanta maravilla a tu paso. Genio Joshua.

jose dijo...

De todas formas no es de extrañar, porque os habeis preguntado a cuanta gente que asiste a conciertos clasicos le gusta realmente esa musica?
Yo me atrevo a decir que a muy poca.

De modo que cuando lo encuentran en la calle, sea bueno o no, solo es una molestia mas, un ruido.

Sirgatopardo dijo...

Claro en la calle pierden glamour.