Lisa Yuskavage (Philadelphia, Pensilvania, 1962) es uno de los nombres propios del arte actual. Su formación y evolución pictórica es la habitual entre los artistas que llegan en plena madurez al siglo XXI, es decir, la de autores con una sólida formación académica, que se alejan cada vez más de aquel artista autodidacta y bohemio que llenó las páginas de la Historia del arte de los siglos XIX y XX. No, Lisa además representa otra tendencia característica del arte de los últimos tiempos, la de ser una mujer, algo que ya no sólo es algo singular como lo era hace sólo unas décadas, sino que por el contrario está resultando un aspecto característico del arte de comienzos del siglo XXI.
Esa formación de la que hablamos se inicia en el Tyler School of Arts de su ciudad natal, donde se formaron también otras mujeres artistas de renombre, como Hanna Wilke o Laurie Simons. Más adelante completó su preparación en la Universidad de Yale.
Su obra comienza a conocerse en la década de los noventa, aunque es al comenzar el nuevo siglo cuando sus pinturas adquieren una notable personalidad y se hacen un hueco en el panorama internacional. Desde entonces su fama ha crecido considerablemente hasta participar en exhibiciones monográficas en los museos más prestigiosos, como los MOMA de Nueva York y Chicago, el Art Institute of Chicago, el Ludwig de Colonia y muchos otros más. Si bien una buena parte de su colección se haya en manos de David Zwirner, su representante, que es dueño de una de las galerías de arte más conocidas, abierta en el Soho de Nueva York.
La obra de Lisa Yuskavage se inscribe en el Realismo pictórico que invade la pintura de principios de siglo. Una tendencia que tiene muchas variantes y que en el caso de Lisa se decanta por la representación femenina, pero que, como también es habitual en el Realismo pictórico, se deforma en representaciones que buscan la provocación a veces, la incertidumbre otras, y la fuerza expresiva siempre en la mirada del espectador. Para ello exagera las siluetas de sus mujeres, agranda sus pechos y caderas, y juega con el erotismo para vulgarizar esa devoción tan actual de sacralizar el cuerpo de la mujer, y que es tan habitual en los medios de comunicación y la publicidad.
Algo hay también por aprovecharse de la fuerza enorme de la pornografía, cuyas imágenes se han convertido en un referente consentido y normalizado desde que la red facilita tanto su difusión y acercamiento. Son habituales por ello las escenas lésbicas, las masturbaciones y el sexo explícito, en una tendencia iconográfica que aparece también en otros artistas del momento, como en la obra de John Currin, por ejemplo, amigo de Yuskavage.
En cualquier caso este erotismo se diluye en lo cuadros de Yuskavage en una extraña atmósfera de irrealidad, en la que tiene mucho que ver la intensidad de sus colores y el tenebrismo que emana de sus juegos de sombras y luces. Colores de neón, rosas, púrpuras, verdes, azules o amarillos que envuelven sus escenas de artificialidad, y que además, como decimos, esconden las figuras en la incertidumbre del claroscuro. De esta forma sus mujeres, siempre aniñadas en sus rostros y provocativas en sus posturas, frustran su atractivo en el marco de su irrealidad y en la inconcreción de sus cuerpos. Tampoco ayudan sus rostros, bellos como el de una muñeca, pero inexpresivos cuando se asoman al espectador o más aún cuando se esconden entre sus sombras.
La propia pintora habla así de su obra: "Mis personajes son autorretratos parciales que han nacido a partir de mi interminable psicoanálisis con una terapeuta cuya fisionomía a veces aparece en mis pinturas, comúnmente con una nariz redonda que tiene un matiz que va de lo coqueto a lo perverso."
En cuanto al proceso técnico, Yuskavage parte de fotografías que le hace a sus modelos y que sobrepone al lienzo donde sirven de soporte a un cuidadoso proceso de transformación pictórica. El resultado es una pintura siempre de grandes dimensiones y que no deja indiferente, porque una primera visión superficial sorprende por la fuerza del color y la sensualidad de las imágenes, pero una contemplación más sosegada y meditada, abre muchas otras lecturas, y que no se resumen en una simple denuncia de la mujer como objeto, sino que se enriquece con reflexiones sobre el concepto ideal de belleza, el diálogo eterno de la mujer con ese ideal, de la fuerza expresiva del erotismo, y lo más importante, sobre la calidad indiscutible que tiene la pintura de esta artista.
2 comentarios:
Pues la verdad es que no me dice mucho, o sí me dice.
Yo es que para estas cosas de para denunciar algo hago lo mismo que denuncio, pero de otra manera, como que no me cuadra mucho.
Y yo, la verdad, no veo sensualidad por ninguna parte.
Es que el reclamo fácil que supone siempre el sexo para captar la atención, cuando se quiere adornar con floripondios de otro tipo, que eso es lo que me parece (puedo estar equivocada) me parece un poco cutre. Sin embargo, si dijese, me encanta el porno, el..., el...
me parecería genial.
Pero vamos, que no me gusta, pero no pasa nada, porque no soy crítica de arte:)
Y tampoco pasaría nada si lo fueses, los gustos son los gustos, hasta en los críticos de arte.
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